En 1949, el ministro de Salud Pública y brillante neurólogo Ramón Carrillo estableció su meta: “Ningún habitante de la Nación puede estar desamparado por el solo hecho de carecer de recursos. El dolor y la enfermedad son niveladores sociales; por eso no existirá verdadera justicia social si el pobre no dispone de idénticas posibilidades de curase que el rico, si no cuenta con los mismos elementos e igual asistencia médica que éste.” (Política Sanitaria Argentina, Ministerio de Salud Pública de la Nación, 1949, p. 12). El doctor Carrillo estableció sus prioridades basándose en las áreas donde él veía que era urgente actuar: 1) mortalidad infantil; 2) tuberculosis; 3) enfermedades venéreas; 4) salud mental; 5) epidemias como el paludismo; 6) inválidos; 7) promedio de vida de la población.
Primero el Dr. Carrillo quería curar a los enfermos, luego prevenir las enfermedades y finalmente atacar los factores socioeconómicos que causaban las enfermedades (malnutrición, condiciones insalubres de trabajo, ignorancia de las medidas de higiene más básicas). Su Plan Analítico de Salud Pública publicado en 1947, explicaba las causas, las consecuencias y los efectos del atraso argentino en el campo salud.
Para mejorar la salud de la población, la Argentina necesitaba enfermeras profesionales-necesitaba 20,000 enfermeras! El Doctor Carrillo encontró una colaboradora inteligente y eficaz en la secretaria de la Escuela de Enfermeras del Hospital Peralta Ramos, Teresa Adelina Fiora. Ella propuso la centralización de todas las escuelas existentes y la creación de nuevos planes de estudio para modernizar la enseñanza.
En menos de un año, con el apoyo de un equipo de médicos que incluía el doctor Jorge Albertelli (médico de Evita), Teresa Fiora había organizado la Escuela de Enfermeras Eva Perón. El curso de doce materias duraba dos años. Durante el primer año las alumnas estudiaban Higiene y Epidemiología; Anatomía y Fisiología; Semiología; Patología general y Terapéutica y Defensa Nacional y Calamidades Públicas. En el segundo año estudiaban Primeros auxilios; Enfermería médica y quirúrgica; Obstetricia; Ginecología y Puericultura; Dietética y Medicina social. Un posgraduado llevaba dos años para completar e incluía una residencia y práctica hospitalaria en el Policlínico Presidente Perón en Avellaneda u otros hospitales de la Fundación Eva Perón (FEP) en Lanus, San Martín y Ramos Mejía. Las alumnas se especializaban en cursos que incluían radiografía, fisioterapía, neurología, y psiquiatría entre otros.
Cuando la Sociedad de Beneficencia dirigía las escuelas, las enfermeras no eran mucho mas que sirvientas, sin entrenamiento profesional.
Evita quería profesionales, capaces de trabajar en áreas alejados, sin médicos si fuera necesario. Las enfermeras aprendían a manejar los vehículos de la Fundación: ambulancias; ambulancias hospitales (cada una con diez camas y una sala de cirugía); ambulancias equipadas para la cirugía de urgencia; jeeps; motocicletas; y vehículos para transportar equipos médicos o enfermos.
Ya en septiembre de 1950, la Escuela de Enfermeras estaba totalmente integrada a la Fundación y en 1951 ya se habían graduado más de 5,000 enfermeras. El único requisito para entrar era el de la edad: entre 18-34 años. Alumnas sin recursos recibían subsidios económicos de la FEP. Adelina Fiora recordaba: “[M]uchas venían de hogares muy humildes y desconocían por completo el sentido de disciplina, indispensable para el estudio que emprenderían. Se me ocurrió, como una manera de enseñarles a organizarse, izar y arriar la bandera en el patio de la Escuela, tal como hacen en las escuelas primarias o secundarias. Así entraban a las aulas formadas y ubicadas en sus lugares.”
Delia Maldonado-una de las enfermeras de la Fundación-también se acordaba de la disciplina y del esmero con que las enfermeras cuidaban sus uniformes celestes. “La disciplina era una cosa que se nos inculcaba mucho. Una enfermera debe permanecer tranquila frente a cualquier cuadro o situación, sino, no puede ofrecer su ayuda como corresponde. Esa disciplina se manifestaba también en el respeto al enfermo. La primera lección que se nos dio, fue la de saludar siempre al paciente. Saludarle y preguntarle cómo se sentía. Teníamos que acompañar al enfermo, porque cuando uno está internado, por más buena atención, por más lujoso que sea el hospital, siempre existe una sensación de desamparo. Nosotros debíamos brindarle confianza y bienestar. Jamás se prendían las luces de la sala, se gritaba o se batía las manos para despertar a los pacientes [como hacían las enfermeras de la Sociedad de Beneficencia]. También debíamos estar vestidas permanentemente con el uniforme reglamentario que estaba a nuestro propio cuidado.”
Las enfermeras no se limitaban a trabajar en los hospitales. Junto con la Fuerza Aérea participaban en campañas contra el paludismo o el mal de chagas. Acompañaban a los médicos y asistentes sociales a llevar ayuda material y médica por el mundo entero, a los pueblos que enfrentaban terremotos, inundaciones u otros catástrofes. Algunas hasta dieron sus vidas en servicio de la humanidad. En 1949, un terremoto terrible sacudió al Ecuador. Al retornar a Buenos Aires, el avión que llevaba el equipo de la FEP se estrelló y murieron dos enfermeras. La Ciudad Infantil “Amanda Allen” y el Hogar de Trånsito “Luisa Komel” las conmemoraron.
La salud del pueblo argentino era de vital importancia para Perón y para Evita.
En 1950, en La Nación Argentina, Justa, Libre y Soberana (p.321), Perón declaró: “El Estado debe afrontar la asistencia médica integral en beneficio de aquellos que ganan menos. Si me enfermaba yo, supongamos que fuese millonario, traería médicos de cualquier parte del mundo, es decir, a los más eminentes, que sólo operan por diez o quince mil pesos, y tenía asegurada la posibilidad de salvar la vida. En cambio, el pobre estaba totalmente alejado de toda posibilidad. Y no es nada aquí, en Buenos Aires, en donde ...en los buenos hospitales puede uno hacerse atender con médicos eminentes. Echen una mirada al interior del país, donde el 50% de los que mueren, mueren sin asistencia médica.
“En el país de la carne, en el país del pan, en el país que tiene 300 días del sol al año, en el país que tenemos de todo, en el país donde la población tiene mayor límite de posibilidades para la salud, el término medio de la vida está de 10 a 20 años por debajo de otros pueblos de Europa y 10 años debajo de los Estados Unidos. La salud pública organizada está destinada a prolongar de 10 a 20 años la vida de los habitantes, término medio.”
Desde la inauguración presidencial de Perón en 1946 hasta la muerte de Evita en 1952, el gobierno agregó 30,000 camas de hospital y la Fundación agregó 15,000.
Afortunadamente, durante su primera presidencia, Perón tuvo al Doctor Ramón Carrillo como Ministro de Salud. Un visionario que revolucionó la asistencia médica en la Argentina, Carrillo esbozó sus ideas para humanizar la medicina y poner la atención médica al alcance de todos en su Plan Analítico de Salud Pública (1947). Puso en práctica sus ideas cuando se inauguró el Policlínico Presidente Perón en la ciudad de Avellaneda en la Provincia de Buenos Aires.
Néstor Ferioli en La Fundación Eva Perón/2 (pgs. 120-122) describe el Policlínico:
En una superficie de cuatro hectáreas, se alzaban los cinco cuerpos de cinco pisos cada uno, con capacidad de 600 camas, separadas por mamparas para permitir una asistencia médica lo más individual posible.
La planta baja tenía una biblioteca, los servicios de guardia y urgencias con una sala de cirugía y un vasto hall donde se encontraba la farmacia, una gran sala de esterilización laboratorios, de análisis clínicos, bacteriología e investigación. En el primer piso funcionaba otorrinolaringología, reumatología, neurología, neuropsiquiatría, odontología, hemoterapia y rayos; fisioterapia, rayos X y ultra sonido y odontología (que atendía alrededor de 250 pacientes diarios).
En el segundo piso estaban las salas de internación, separadas por sexo, la capilla y el internado de la Escuela de Enfermeras de la Fundación, una sala de conferencias con sillones individuales colocados en forma de anfiteatro donde tenían lugar demonstraciones de práctica médica y cirugía para los estudiantes de medicina y enfermería. El tercer piso, el de la clínica quirúrgica, estaba reservado para los pacientes intervenidos o que debían someterse a intervención. Una sala para niños, luminoso y grande, estaba decorado con personajes de cuentos. Funcionaba también la administración del Servicio Social, cuyos asistentes se encargaban de asistir a cada familia y promover la medicina preventiva.
El cuarto piso era para la maternidad, ginecología y pediatría. Se realizaba un especial trabajo psicológico con las madres primerizas. En el quinto piso estaban las salas de cirugía, con cuatro quirófanos. Dos eran gigantescas, utilizados como ateneos de cirugía. En noviembre de 1951, Evita fue operada en el Políclinico por el doctor George Pack, de Memorial Sloan-Kettering Cancer Center de New York, asistido por los cirujanos Jorge Albertelli y Ricardo Finochietto. En un pequeño pabellón aparte estaba el morgue con salas de autopsia.
En otro pabellón estaban los consultorios externos, dependencias de pediatría, ginecología, obstretricia, dietética, clínica médica, dermatología, protología y ortopedia. El Policlínico se especializaba en neumología, hematología, gastroenterología y cirugía cardiovascular. Mil quinientos personas trabajaban en el Policlínico: 218 formaban el cuerpo médico; 148 asistentes técnicos; 491 enfermeras; 342 personal de servicio; 59 funcionarios y 72 empleados y 116 trabajadores manuales (carpinteros, plomeros, jardineros, choferes, serenos, etc.). Un cuerpo de maestras ofrecían apoyo escolar a los niños para que no se retrasaran en la escuela y visitadoras domiciliarias para los enfermos con dolencias crónicas.
Evita quería asegurarse que la atención era lo mejor posible y solía visitar sus obras de noche y sin previo aviso. Néstor Ferioli entrevistó a Lala García Marín, una amiga de Evita que estaba a cargo de una farmacía abierta las 24 horas. Una vez Evita apareció a la una de la mañana, el pelo suelto, vestida con un pantalón blanco, una chaqueta y anteojos. Pidió a Lala que la acompañara al Policlínico Presidente Perón. Preocupada porque le habían contado que las guardias nocturnas no atendían bien, Evita quería investigar. Entraron. Un empleado español les dijo que tenían que esperar y se sentaron. Esperaron. No venía ningún médico. Evita le mandó a Lala a preguntar si tendrían que esperar mucho tiempo más. El español le dijo que esperara. Esperaron un tiempo más.
Evita dijo, “Lala, anda otra vez.”
Lala preguntó, “ ¿Señor, va a tardar mucho el médico de la guardia?”
El empleado contestó, “Acá hay que esperar. No es cuestión de llegar y querer...” Esperaron un poco más. De repente Evita se levantó, sacó los anteojos y dijo, “Me llama el médico de guardia, ¡urgente!”
“¿De parte de quién?”
“De parte de Eva Perón!”
Los médicos vinieron corriendo, prendiéndose los delantes, muertos de sueño.
Evita pidió el Libro de Orden y comenzó a recorrer los pisos. Con dulzura y respecto, despertando a cada tres o cuatro enfermos, preguntaba, “Cómo lo tratan? ¿Le hicieron el análisis que le tenían que hacer?” En cuanto se dieron cuenta de que no estaban soñando, que realmente estaban hablando con Evita, los pacientes empezaron a pedirle cosas por sus hijos o por sus nietos.
Uno puede imaginarse los cambios que ocurrieron después de esa visita, cuando la administración se dio cuenta de que la Capitana exigía disciplina al borde de sus naves. Los tres policlínicos ubicados en la Provincia de Buenos Aires- Presidente Perón en Avellaneda, Eva Perón en Lanús y Evita en San Martín- se conocían como “los gemelos” porque eran casi idénticos en diseño y servicios. Ofrecían una gama más completa de servicios que los trece policlínicos regionales. Además de los policlínicos, la Fundación construyó hospitales especializados tales como el Instituto del Quemado de Buenos Aires, el Hospital de Clínicas y Cirugía Toracica de Ramos Mejía y el Pabellón para enfermos infecciosos de Haedo, y el Policlínico 22 de Agosto de Ezeiza.
En las montañas de Jujuy estaba una de las joyas de la corona de hospitales, una combinación de hospital/hogar escuela (ver “hogares escuelas” en FEP/Educación), construído para los niños con problemas de tipo renal, nervioso, o reumático. Ubicado en Terma de Reyes, cerca de la ciudad capital de Jujuy, el hospital tenía capacidad para 144 niños enfermos. Una gran piscina y baños termales con aguas minerales ayudaban a los enfermos a reponerse.
Después del golpe de estado de 1955, los militares echaron a los niños y convirtieron el hospital en un casino y hotel para oficiales y sus familias. En Buenos Aires, la Fundación había casi completado lo que hubiera sido el hospital de niños más grande de América Latina. Sólo faltaba agregar los últimos toques de instalación sanitaria. En septiembre de 1955, cuando los militares tomaron el gobierno, el General Aramburu dió la orden de parar la construcción del futuro Hospital de Niños. El edificio fue totalmente abandonado y se convirtió en un refugio para criminales.
En 1976, durante la Guerra Sucia (cuando desaparecieron hasta 30,000 hombres, mujeres y niños, argentinos y extranjeros), en un acto simbólico, el régimen del General Videla convirtió el edificio (que Evita había soñado como hospital de niños) en un campo de concentración para las víctimas del gobierno militar.
En 1951, con la idea de que, si no todos los descamisados podrían llegar al hospital, el hospital podría llegar a los descamisados, la Fundación inauguró un nuevo estilo de atención médica: el Tren Sanitario. Enviado por el Policlínico Presidente Perón, el tren tenía doce vagones y llevaba un equipo médico especializado de 46 personas que vivían y comían en el tren. Durante cuatro meses viajó por el país. Un vagón se organizó como teatro para pasar películas y educar al pueblo en materia de higiene y medicina preventiva. El tren tenía su propio generador eléctrico, una farmacia, laboratorios, salas de rayos x, una sala de espera, una sala de cirugía, una sala de partos, salas donde atendían dentistas, médicos y ginecólogos; las vacunas, los medicamentos, todos los servicios eran gratuitos.
Uno de los logros más importantes de Evita, guiada por el Dr. Ramón Carrillo, era de poner la atención médica y odontológica al alcance del pueblo. Ella misma se hizo atender en el Policlínico Presidente Perón. El 26 de julio de 1952, el día de su muerte, por la primera vez en la historia argentina, “no había desigualdad en la atención médica argentina.” (Navarro, p. 131). ¿Cuántas naciones ha logrado esa meta en sólo siete años? Y cuántas han siquiera intentado lograr una atención médica que cubría por igual a todos sus ciudadanos?
Bibliografía:
- Ferioli, Néstor. La Fundación Eva Perón/2. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina, 1990.
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Fraser, Nicholas & Marysa Navarro. Evita: The Real Life of Eva Perón. New York: W.W. Norton & Company, 1996.
-
Ortiz, Alicia Dujovne, Eva Perón. New York: St. Martin’s Press, 1996.
-
Fundación Eva Perón. Eva Perón and Her Social Work. Buenos Aires: Subsecretaría de Informaciones, 1950.
- La Nación Argentina: Justa, Libre y Soberana. Buenos Aires: Ediciones Peuser, 1950.
- Mundo Peronista, 1951. |