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Las damas de la Sociedad de Beneficencia crearon Escuela Hogares, edificios grandes y austeros con pasillos fríos y ventanas opacas para que los niños internados no podían ver afuera ni ser vistos de afuera. Vestidos con los mismos uniformes grises, las cabezas rapadas, llamados no por su nombre sino por el número cosido a su ropa, recibieron más entrenamiento que educación: se ponía el enfásis en la escuela como trabajo, taller, sweatshop. Las niñas trabajaron largas horas confeccionando ajuares para los bébés de las damas ricas que dirigían los asilos. Los niños sólo dejaban los asilos durante los la época navideña para pararse en las calles y mendigar dinero para la Sociedad de Beneficencia.
Los niños no eran los únicos explotados. Un informe del Congreso del año 1939 reveló que algunos empleados de la Sociedad de Beneficencia trabajaron de 12 a 14 horas diarias con un sólo día de descanso cada 10 o 15 días. Algunos no tenían ni un día libre y ganaban 45-90 pesos durante una época cuando el sueldo mínimo era de 120 pesos. (Diario de Sesiones de la Cámera de Diputados, 1939, p. 444). El 95% de los fondos recaudados se usaban para pagar los salarios de las damas de caridad; sólo un 5% se destinó a mantener las obras (ver Felipe Pigna, Página 12, 30/4/2007).
Para Evita, la meta principal era crear un puerto seguro para los niños víctimas de las tempestades de la vida. La Fundación estableció veinte Hogares Escuela durante los siete años precedentes al golpe de estado de 1955. Los niños asistían a las escuelas públicas y cada uno mantenía los lazos con su familia nuclear siempre que fuera posible. Integración, no segregación, era el lema de cada Hogar Escuela.
La arquitectura de los Hogares Escuelas reflejaba su apertura a la sociedad. El cerco que rodeaba los edificios nunca llegaba más alto de un metro. Los edificios eran típicos de la arquitectura de la Fundación: estilo californiano misionero, amplios y bien iluminados, con techos de tejas rojas, muros blancos y jardines verdes. El decorado interior era de la más alta calidad, con mármol, mosaicos, camas de roble que todavía quedan despues de más de sesenta años de abandono. Manteles alegres y una abundancia de flores, murales pintados para encantar a los niños, libros y juguetes ayudaron a crear un ambiente hogareño.
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Los hogares escuelas albergaron más de 16,000 niños en un momento cuando la población de la Argentina era alrededor de 16 millones; fueron construídos donde había más necesidad. Los padres que querían que sus hijos estuvieran en los hogares escuelas tenían que escribir personalmente a Evita (ellos tenían que tomar la iniciativa) y mientras se construyeran los hogares escuelas asistentes sociales visitaban las casas para verificar la situación de la familia y hacer una evaluación de lo que necesitaba.
La Fundación estableció una escala de prioridades para ser admitido:
1. Abandono material o moral
2. Enfermedad de padre, madre, tutor/a
3. Pobreza aguda
4. Ser Huérfano
5. Vida de familia irregular o separación de los padres
6. Ambiente insalubre (condiciones de vida malsanas, falta de lo básico)
7. Inestabilidad económica debido a falta de empleo
8. Padres incapacitados para cuidar a sus hijos
9. Edad avanzada de padres o tutores
10. Padres incarcelados
Los niños fueron admitados desde los cuatro hasta los diez años (de seis a diez en Ezeiza). Niños con problemas físicos o psicológicos fueron derivados a las institutiones apropriadas y su tratamiento fue pagado por la Fundación. Los asistentes sociales trabajaron con la familia de los ninos antes y después de que fueron admitidos al hogar escuela.
Evita no quiso que ningún niño fuera aislado del mundo. Todos los niños debían una familia nuclear afuera del Hogar donde pasaban los fines de semana y los días de fiesta. Si el niño no tenía padres o no podía volver a su casa por cualquier razón, entonces se le buscaba un tutor.
Al entrar, cada niño recibía un examen médico completo y después dos exámenes por mes, con el énfasis puesto en la medicina preventiva. Médicos, enfermeras, dentistas y dietistas se hacían responsables de la salud del staff y de los niños.
En el Hogar algunos niños que volvían a sus casas para cenar y dormir y otros eran residentes. Los niños residentes que eran los más pobres o los que vivían demasiado lejos para ser transportados diariamente. Los niños no internados eran los cuyos padres podían proveerles lo más básico para vivir. Todos los niños recibían ropa (no uniformes, con la excepción de los guardapolvos escolares), zapatos, libros, útiles para la escuela, y medicina cuando era necesario.
En el Hogar, los niños recibían educación suplementaria, refuerzo educacional, y clases particulares según la necesidad de cada uno; cada día fueron transportados en micros escolares a las escuelas públicas, integrados y educados con todos los otros niños del lugar.
Cuando estaban en el Hogar, los niños fueron organiados en grupos de 15, con un preceptor, una especie de “nanny” a cargo de cada grupo. Los niños elegían su ropa. Se hizo todo lo posible para evitar la mentalidad de asilo tan prevalente durante la época de la Sociedad de Beneficencia. De ninguna manera se les estigmatizaban o les hacían resaltar: nada de raparles la cabeza, llamarles por un número o hacerles mendigar).Ya en 1954, el Ministerio de Educación tenía que hacer planes para los primeros grupos de niños que habían completado su educación primaria y estaban listos para ingresar en el secundario. La Fundación sólo contaba con un hogar para los varones de edad secundaria-la Ciudad Estudiantil de Buenos Aires. Los varones vivian en la Ciudad Estudiantil y asistían a escuelas secundarias locales. (Se planificaba más ciudades estudiantiles pero aún no habían sido terminadas.) Según la vocacion y la capacidad del estudiante, el Ministerio de Educación lo derivaba a la escuela secundaria más indicada. Como no se había completado las ciudades estudiantiles para mujeres, las jóvenes seguían en los Hogar Escuelas. Recibían ropa, atención médica, útiles escolares y libros durante sus años de secundario, siempre que no fueran aplazadas en ninguna materia. Si recibían un aplazo en una materia perdían sus privilegios. Para evitar eso, el Hogar contaba con una maestra que miraba atentamente las notas de los boletines, reforzaba diariamente los conocimientos adqueridos y estudiaba “junto con las niñas las dificultades que se presenten, de la misma manera que una madre inteligente y paciente procede con sus hijos en el hogar” (See Ferioli, vol. I, p. 77). Después de la escuela, las niñas elegían las clases suplementarias-de baile, baile folklórico, cocina, costura, música y arte-que más les interesaban. En 1955 (antes del golpe de estado en septiembre), el director de cada Hogar estaba encargado de persuadir a las niñas “que continuaran sus estudios universitarios en la Ciudad Universitaria de Córdoba.” (ibid, p.78), que hubiera sido inaugurado en 1956 “si el gobierno de Aramburu no hubiera paralizado la obra.” (ibid, 79).
Por supuesto que después del golpe de estado, la mentalidad de la Sociedad de Beneficencia fue rápidamente re-entronizada. In un informe fechado diciembre de 1955, el equipo que intervino en la Fundación documentó su shock, casi horror, al comprobar que “la atención de los menores era múltiple y casi suntuosa. Puede decirse, incluso, que era excesiva, y nada ajustada a las normas de sobriedad republicana que convenía... para la formación austera de los niños. Aves y pescado se incluían en los variados menús diarios. Y en cuanto a vestuario los equipos mudables renovados cada seis meses, se destruían.” (ibid, p. 87).
Mientras que investigaba el terremoto de San Juan del año 1945, el historiador americano Mark Healy encontró un legajo que demuestra la rapidez con la cual la Argentina retomó su rumbo oligárquico después del golpe de estado de 1955. Una abogada antiperonista fue nombrada interventora del Hogar Escuela de San Juan. Decidió convertirlo en una agencia de empleo. Así las niñas, en vez de ir a la universidad, podrían trabajar como mucamas en las casas de sus amigas y de las personas como ella. Las asistentes sociales protestaron y desde el patio las niñas gritaron,”¡Queremos que vuelva Perón!” (Ver Clarín, 7 de agosto de 2006, “Hogar Escuela de San Juan”).
Cuando volvió Perón en 1973, ya se había saqueado y dismantelado la Fundación Eva Perón-sus obras destruídas y las personas que habían beneficiado de ellas-los niños, los estudiantes, los seniors, las empleadas, la gente sin casa-desalojadas y desaparecidas.
Los militares, como los Borbones, no habían ni aprendido ni olvidado nada. Una vez Evita dijo, triste y proféticamente, “Yo les dejo la tarea más fácil: bajar los carteles.” Ojalá se hubieran contentado con cambiar solamente los nombres y dejar las obras intactas! |
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por
Dolane Larson |
La Ciudad Infantil no era un parque de atracciones aunque alegró la vida de miles de niños. La Ciudad Infantil era un refugio seguro para los niños cuyos padres enfrentaban grandes dificultades para cuidar a sus hijos y necesitaban una ayuda de corto o largo plazo . La Ciudad Infantil funcionaba de una manera muy parecida a los Hogares Escuelas (ver artículo “Hogares Escuelas”), con niños que venían diariamente de sus casas y también con niños residentes. Un lema de la Edad Dorada del Peronismo-los primeros años del primer gobierno peronista cuando Evita vivía y todo parecía posible-proclamaba que “los únicos privilegiados de la Nueva Argentina son los niños.” Evita quería que los niños fueran no sólo privilegiados sino protegidos. Su Fundación quiso tejer una red de seguridad que iba desde la niñez (los Hogares Escuelas para los niños de edad primaria) hasta la adolescenia (la Ciudad Estudiantil para los de edad secundaria) y llegaba a la universidad (las Ciudades Universitarias).
La Ciudad Infantil, que albergaba a los niños de dos a siete años, tenía su propio encanto. Los asistentes sociales enviaban los niños que necesitaban ayuda o cuyas familias necesitaban intervención, como estipulaba el Reglamento (muy parecido al Reglamento de los Hogares Escuelas). La capacidad máxima de la Ciudad era de 450 niños; el promedio era de 300, entre residentes y externos.
La Ciudad Infantil era la niña de los ojos de Evita. Allí podía ver el fruto de los sacrificios que ella hacía en su vida personal. Las visitas que venían de otros países comentaban que era un instituto modelo, bien en avanzado de su época; su meta era integrar los niños marginados a la sociedad, prepararlos para la escuela primaria y ayudarlos a integrarse al grupo por medio del juego (utilizaba los métodos de María Montessori, que todavía vivía).
Cuando la gente recuerda la Ciudad Infantil, piensa en sus edificios en miniatura: los chalets, la plaza con su alegre fuente de agua, la escuela, la municipalidad, la iglesia de estilo nórdico con sus vitraux, la estación de servicio y los pequeños conductores que venían a llenar los tanques de nafta, la prefectura donde los que no respectaban las reglas de tránsito venían a pagar sus multas, el banco y las tiendas (farmacia, verdulería, almacén) y el pequeño arroyo azúl cielo que serpenteaba por la ciudad. En la Ciudad Infantil, todos tenían la posibilidad de ser intendente, banquero, farmacéutico o maestro, pero sólo por un día. Se cambiaban los trabajos para que cada niño pudiera cumplir diferentes roles dentro de la comunidad.
La Ciudad Infantil era mucho más que una coleción de edificios en miniatura. La ciudad entera ocupaba dos cuadras, bordada por cuatro calles (Echeverría, Húsares, Juramento y Ramsay) en el barrio de Belgrano, un suburbio de Buenos Aires. Una cuadra era un parque arboleado diseñado para niños, con toboganes, calesita, un tren eléctrico y otros juegos. En la otra cuadra estaba el edificio principal con las oficinas administrativas, una clínica, las salas escolares, un comedor con capacidad para 450 niños, cuatro dormitorios con capacidad para 110 niños, un teatro, un circo, y un gran vistíbulo. Afuera estaban los solarios, la pileta de natación y la ciudad en miniatura (los adultos tenían que encorvarse para entrar en los edificios).
Las paredes del edificio principal estaban decorados con los dibujos de los cuentos de hadas tan caros a los niños: Caperucita Roja, la Cenicienta, los Tres Chanchitos, los animales del circo. Para que el techo del comedor no pareciera tan alto estaba decorado con festones y todas las habitaciones eran luminosas, espaciosas y ventiladas.
La ropa de los niños venía de las mejores tiendas de Buenos Aires y se cambiaba cada cuatro meses. Los niños de cabezas rapadas que llevaban los uniformes grises de la Sociedad de Beneficiencia dejaron de existir en la Nueva Argentina.
Un detalle sirve para demonstrar la calidad del cuidado brindado a los niños. Las mesas del comedor tenían manteles de tres colores distintos, amarillos, rosados y azules que no sólo daban una nota de color al comedor. Los niños se dividían en tres grupos según las recomendaciones de los médicos dietéticos. El valor calórico de los niños residentes se basaba en su altura y su peso, conteniendo el 100% de las vitaminas, minerales y proteínas que requerían diariamente. Los niños externos, que corrían el riesgo de no recibir comida nutritiva en sus casas, recibían el 90%.
En el verano, los niños iban a las colonias de vacaciones del Hotel para Niños en Chapadmalal donde muchos de ellos pudieron jugar en el mar por primera vez.
Si la situación de la casa no se había mejorado cuando el niño llegaba a la edad de comenzar el primario, se le daba prioridad para entrar en un Hogar Escuela.
La construcción de la Ciudad Infantil continuó día y noche durante cinco meses y veinte días. Se terminó en un tiempo record y fue inaugurado el 14 de julio de 1949, seguramente uno de los días más felices de la vida de Evita como esposa del Presidente. Los viejos noticieros en blanco y negro la muestran caminando, casi bailando el día de la inauguración, mientras señalaba todas las maravillas de la ciudad a los invitados. Los obreros que habían trabajado más horas le presentaron las llaves de la ciudad, diciéndole que ellos sabían que trabajar por la Fundación era trabajar por sus propios hijos. La Ciudad Infantil se llamaba “Ciudad Amanda Allen” para honrar a una enfermera de la Fundación, muerto en un accidente de aviación cuando volvía de socorrer las víctimas de un terremoto en Ecuador.
Su hermana Erminda relata una anécdota que muestra que la Ciudad Infantil nunca estaba lejos del pensamiento de Evita. Un día un señor ya viejo vino a pedirle ayuda para conseguir un trabajo. “A mí lo que me gusta es el campo,” le dijo. Evita consideraba que, con la edad que tenía, el trabajo del campo sería muy duro para él. Le dijo, “Pero yo lo necesito en la ciudad. Y yo le voy a dar un trabajo. A mí me han regalado tres burritos para que los niños de la Ciudad Infantil puedan pasear y yo quiero que ud. me los cuide.” Erminda contó que el cuidado de los burritos lo hizo el hombre más feliz de la tierra.
Evita iba a la Ciudad día y noche, sin hacerse anunciar. Ella controlaba que no faltaba nada y preguntaba por los niños por nombre si veía que faltaba alguno. Erminda cuenta que, cuando sabía que se moría, Evita se escapó de sus médicos y se fue a visitar la Ciudad Infantil. Cuando volvió a la Residencia, se puso a llorar porque, como dijo a su hermana, ella veía que el nivel de atención y cuidado que ella había exigido ya no se respectaba.
Después del golpe de estado de 1955, los niños residentes fueron desalojados y el establecimento convertido en un jardín de infantes para los niños de clase media alta del barrio de Belgrano (ciertamente privilegiados, pero no necesitados). Más tadre se convertió en sede del Instituto Nacional de Rehabilitación del Lisiado. En 1964, la autora de este artículo se enteró que la ciudad en miniatura estaba destinada a la demolición y apeló a los diarios y revistas más ligados a los trabajadores cuyos aportes había hecho posible su construcción. Los diarios alertaron el público pero la clase trabajadora de la época no tenía el poder necesario para parar la destrucción. Los edificios fueron destruídos para construir una playa de estacionamiento. Lo que pasó con la Ciudad Infantil es simbólico de la destrucción de la obra de Evita. En la Argentina del tercer milenio, los niños de menos recursos no son privilegiados. De hecho, en un país con la capacidad de producir lo suficiente para alimentar la población de Estados Unidos, hay niños que se mueren de hambre.
Después que los militares asumieron el poder en 1955, las obras de Evita fueron destruídos sistemáticamente o destinados a otros usos más adaptados a la filosofía de las clases gobernantes (por ejemplo, los militares convertieron el Hospital de Niños de Terma de Reyes en Jujuy en un hotel de lujo y un casino para ellos y para sus familias).
Para justificar el desmantelamiento de la Ciudad Infantil, el equipo de investigadores entregó su informe el 5 de diciembre de 1955. Les dejamos la última palabra: “La atención de los menores era múltiple y casi suntuosa. Puede decirse, incluso, que era excesiva, y nada ajustada a las normas de sobriedad republicana que convenía, precisamente, para la formación austera de los niños. Aves y pescado se incluían en los variados menús diarios. Y en cuanto a vestuario los equipos mudables renovados cada seis meses se destruían.” (Ferioli, p. 87)
Bibliografía
Ferioli,
Néstor. La Fundación Eva Perón / 2. Buenos
Aires:Centro Editor de América Latina, 1990.
Fraser, Nicholas
& Marysa Navarro. Evita: The Real Life of Eva Perón.
New York: W.W. Norton & Company, 1996.
Ortiz, Alicia
Dujovne. Eva Perón. New York: St. Martin’s Press,
1996.
Fundación
Eva Perón. Eva Perón and Her Social Work. Buenos
Aires: Subsecretaria de Informaciones, 1950.
La Nación
Argentina: Justa, Libre, Soberana. Buenos Aires: Ediciones Peuser,
1950.
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by
Dolane Larson |
La Ciudad Estudiantil estaba ubicada a lado de la Ciudad Infantil en Belgrano, un suburbio de Buenos Aires. Ocupaba cuatro manzanas: Echeverría, Ramsay, Dragones y Blanco Encalada.
Se organizó como se organizaba los Hogares Escuelas. Los estudiantes, que cursaban estudios normales, comerciales, industriales o iban a la Facultad de Ingeniería, de Derecho, o de Medicina, iban a sus colegios, institutos, o facultades en los micros de la Fundación. Cuando volvían al final del día, siempre había profesores dispuestos a ayudarlos. También se dictaban clases en la Ciudad Estudiantil, con enfasís en la tecnología más avanzada para que los estudiantes tuvieran éxito en el mundo moderno. La instrucción que recibieron fue tan avanzada que cuando los militares cerraron la Ciudad Estudiantil, muchos de los estudiantes recibieron becas para estudiar en otros países ansiosos de aprovechar sus conocimientos y su talento.
Tanto la Ciudad Infantil, con sus clases Montessori, y la Ciudad Estudiantil, con sus clases “high tech,” fueron en avance de su tiempo. La meta de la Ciudad Estudiantil era de no sólo funcionar como un Hogar Escuela para los adolescentes necesitados. También se buscó preparar futuros líderes salidos de la clase trabajadora, y por eso se los hacía participar en el gobierno de la Ciudad.
Todos los alumnos eran varones. Como no existía todavía una Ciudad Estudiantil para las adolescentas, ellas continuaban bajo la protección de los Hogares Escuelas; allí recibían alimentación, ropa, atención médica, útiles escolares, libros, apoyo escolar mientras cursababan el secundario y acceso a las universidades, siempre que aprobaran todas sus clases.
Dentro de la Ciudad había réplicas exactas de los salones de la Casa Rosada (donde trabaja pero no vive el Presidente/la Presidenta). Los estudiantes elegían un presidente, ministros y diplomáticos que ofrecían críticas y comentarios sobre el funcionamiento y el reglamento de la Ciudad. Formaban un co-gobierno docente- estudiantil. Todos tenían un trabajo: acoger a los recién llegados y ayudarlos a adaptarse; formar parte de la patrulla de seguridad nocturna; ocupar un puesto electivo. Según su personalidad, los alumnos o tenían su cuarto o compartían un cuarto con uno o dos compañeros. Los estudiantes debían atender personalmente el arreglo y ordenamiento de los dormitorios, obteniendo por ello un puntaje. La continuidad y admisión para un nuevo período en la Ciudad Estudiantil se basaba en la jeraquía de las notas obtenidas en todo sentido: en conducta, en aplicación, dentro y fuera deLa Ciudad. La Fundación les proporcionaba todo lo que necesitaban pero ellos mismos tenían que lustrar sus zapatos y servirse en el comedor.
“Todos son artífices del destino común pero ninguno instrumento de la ambición de nadie,” les dijo Evita, repitiendo una frase que Perón solía decir.
Se puso mucho énfasis en la educación físcia y los deportes. Los clubes de la Ciudad ocupaban dos cuadras y los alumnos tenían el derecho de ser miembro de un club de gimnasio y dos clubes de deportes: la calistenia, la gimnasia sueca, la escrima, el boxeo, la natación en las piscinas con plataforma para saltos ornamentales, el básquetbol, el water-polo, el fútbol, las carreras pedestres.
Consultorios para atención médica y odontológica, estadio, peluquería, vestuarios y el bar de los Atletas, donde los estudiantes se reunían alrededor de un vaso de leche, completaban el complejo.
Los estudiantes formaban un grupo diverso donde todo el país estaba representado, desde los sofisticados porteños de Buenos Aires hasta sus compañeros del Norte (Salta, Jujuy), y del Sur (la Patagonia), integrados mediante el lazo de su nacionalidad argentina. Actividades como las reuniones alrededor del fuego y la representación de obras de teatro ayudaban a la integración. A los argentinos les gusta mucho la yerba mate, un té herbal muy apreciado por los gauchos legendarios de la pampa. El té está colocado dentro de una pequeña calabasa vaciada y se bebe con una bombilla de plata. Los alumnos se reunían alrededor del fuego, se agregaba agua caliente a la calabasa con las hojas del mate y se pasaba “el mate” de una persona a otra, refrescando continuamente el agua y la yerba. Una vez al año, en la Ceremonia del Mate, los estudiantes elegían la persona que consideraban el compañero más amable y servicial.
Evita supervisaba todos los detalles. Por ejemplo, rechazó unos vasos importados que decían “Sweet Dreams” en inglés porque quería que los muchachos fueran orgullosos de su propia cultura-¡qué sus sueños fueran criollos!
En 1952, cuando el cortejo de Evita salió del Ministerio de Trabajo y Previsión para ir hasta el Congreso, los estudiantes de la Ciudad Estudiantil la escoltaron, caminando a lado del ataúd, junto con las enfermeras de la Fundación.
Después del golpe de estado de 1955, los militares echaron a los estudiantes y los edificios fueron convertidos en centros de detención para los miembros del gobierno constitucional detenidos simplemente porque era peronistas. Luego el Instituto de la Rehabilitación del Lisiado ocupó los edificios.
Bibliografía
Ferioli,
Néstor. La Fundación Eva Perón / 1. Buenos
Aires:Centro Editor de América Latina, 1990.
Fraser, Nicholas
& Marysa Navarro. Evita: The Real Life of Eva Perón.
New York: W.W. Norton & Company, 1996.
Ortiz, Alicia
Dujovne. Eva Perón. New York: St. Martin’s Press,
1996.
Fundación
Eva Perón. Eva Perón and Her Social Work. Buenos
Aires: Subsecretaria de Informaciones, 1950.
Fundación
Eva Perón. Cuidad Estudiantil. Buenos Aires: Subsecretaría
de Informaciones, 1954.
La Nación
Argentina: Justa, Libre, Soberana. Buenos Aires: Ediciones Peuser,
1950. |
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por
Dolane Larson |
“Con la supervisión de la Dirección Nacional de Arquitectura del Ministerio de Obras Públicas, la Fundación hacia 1953, estaba construyendo dos ciudades universitarias localizadas en las provincias de Córdoba y Mendoza. La de Córdoba era la obra más avanzada y, según la memoria y balance de la Fundación del año 1953, hubiera estado pronta a inaugurarse a fines de 1956, si el gobierno de Aramburu 1 no hubiera paralizado la obra. Caracterizaban a estas “ciudades” un gran pabellón central para aulas y comedores y otras pequeñas edificaciones circundantes destinadas a residencias para alumnos y docentes.
También la Fundación construyó un comedor universitario en la ciudad de La Plata, provincia de Buenos Aires.”
Bibliografía
Ferioli, Néstor. La Fundación Eva Perón / 1. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina, 1990, pgs. 78-79.
La Nación Argentina: Justa, Libre, Soberana. Buenos Aires: Ediciones Peuser, 1950.
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